ALGUNOS VÍDEOS NARRADOS POR NUESTRO AUTOR HONDUREÑO JORGE MONTENEGRO
sábado, 20 de mayo de 2017
Las Monjas
Hace algunos años un grupo de amigos viajaba hacia la ciudad de El Progreso en la zona norte de Honduras cuando al aproximarse al puente denominado El Comandante vieron que delante de ellos iba un busito de color blanco. En aquel tiempo la carretera no era pavimentada y había mucho polvo, razón por la cual no podían ver quiénes viajaban en aquel auto. El conductor aceleró y puso las luces altas en señal de que le pasaría al busito, fue entonces que los amigos vieron con claridad que unas monjas viajaban en el vehículo. Siguieron detrás de ellas y antes de llegar al puente no supieron qué rumbo tomó el bus porque había desaparecido misteriosamente.
Al siguiente día se supo en todo El Progreso que un grupo de muchachos fue sorprendido por un carro fantasma en el que viajaban unas monjas. Pocas personas creyeron la historia contada por los muchachos y otros se rieron de los jóvenes diciendo que a lo mejor andaban con sus tragos y que todo era producto de su imaginación.
-Oíme Rolando, ¿vos crees esa increíble historia de las monjas que desaparecieron misteriosamente al llegar al puente El Comandante?
-Mmm... esa papada está un poco rara y confusa. Vos sabés que por estos lados abundan los sacerdotes, pero son raras y contadas las monjas que vienen a estos pueblos de la costa.
-¿Oíste lo que dijeron, verdad?
-¿Qué dijeron?
-Que antes de llegar al puente el busito donde viajaban las monjas se había echo humo, pero es imposible que desaparezcan así nomás, ahí es parejo, además, es imposible que hayan caído en el río. ¿Y vos conocés a los que viajaban detrás de ese busito?
-Conozco al más viejo de ellos. ¿Por qué no vamos a preguntarle qué fue lo que sucedió? Vamos para que te des cuenta de la verdad.
Con la inquietud de saber más sobre las monjas, los dos amigos se trasladaron donde vivía uno de los testigos del extraño suceso.
El hombre los recibió amablemente y les contó lo sucedido.
-Lo que les he contado no es un invento ni producto de la imaginación, además, ninguno de los que viajábamos esa noche bebemos licor, mi amigo. El que manejaba el carro iba a una velocidad moderada, le dijimos que acelerara parapasarle al busito, fue entonces que vimos a las monjas. Nos quedamos petrificados porque al acelerar al pasarle al carro de las monjas no supimos qué rumbo tomó, en otras palabras, desapareció ante nuestros ojos.
Los amigos guardaron silencio, conocían bien la carretera y era imposible que el carro de las monjas tomara un atajo y se desviara.
-Es la verdad muchacho, la única verdad.
Con el correr de los días sucedió algo que cambió las cosas. Una muchacha prima hermana del joven llamado Rolando le contó alarmada que lo de las monjas no era un cuento de camino real como se decía, sino que una siniestra realidad. Agregó que ella viajaba en compañía de sus familiares por la carretera en horas de la noche y al llegar cerca del puente El Comandante miraron un busito.
Al principio no les llamó la atención hasta que con las luces del carro se dieron cuenta de que en la parte trasera viajaban una monjas; al tratar de rebasar el bus, éste desapareció misteriosamente.
Pasó el tiempo y poco a poco se fue olvidando el asunto de las monjas. En cierta ocasión Rolando Sarmiento y sus amigos decidieron viajar al puerto de Tela a darse un chapuzón en el mar, disfrutarían de un fin de semana comiendo pescado frito y caminando por las playas.
-Oíme Rolando, ya se está haciendo de noche.
-Hombre, por la noche se pone mejor la temperatura, así viajaremos con más tranquilidad.
-Es verdad muchachos, móntense en el carro que nos vamos.
Salieron muy contentos del puerto de Tela rumbo a la ciudad de El Progreso, iban cantando alegremente, eran aproximadamente las diez de la noche. Disfrutando iban en aquella hermosa noche de luna cuando al aproximarse al puente El Comandante vieron que delante de ellos viajaba un busito, con las luces alumbraron a los pasajeros y viajaban atrás y se dieron cuenta de que eran unas monjas.
-Dios mío, ¡son las monjas!
Rolando aceleró para pasarle al busito, una nube de polvo se levantó de pronto, pero él no era de los hombres que se detenían ante nada y aceleró más su vehículo hasta que logró ver el carro de las monjas. Vio que el atuendo de las religiosas era desconocido en aquellos lugares.
-Que nadie mire hacia atrás, dijo Rolando, les estamos pasando.
Pero como la curiosidad es traicionera, cuatro de los seis muchachos que viajaban con Rolando no hicieron caso a la advertencia y vieron hacia atrás.
-Dios Mío, no puede ser… acelera Rolando y no te detengas.
-Dale Rolando, sácanos de este infierno.
-Les advertí que no voltearan, dijo Rolando, ya salimos de aquí….
Cuando llegaron a El Progreso los cuatro jóvenes iban mudos temblando de pies a cabeza, tuvieron que sacarlos del vehículo con la ayuda de sus familiares y esta vez los progreseños se dieron cuenta de la realidad. Sí existía un carro fantasma que transportaba a unas monjas.
Días después, cuando les pasó el susto, los testigos oculares de aquel suceso extraño manifestaron que cuando vieron hacia atrás las luces interiores del busito se encendieron y unos esqueletos humanos iban sentados.
¿Quiénes eran aquellas monjas? ¿Qué fue lo que les sucedió? Nadie lo sabe.
Al siguiente día se supo en todo El Progreso que un grupo de muchachos fue sorprendido por un carro fantasma en el que viajaban unas monjas. Pocas personas creyeron la historia contada por los muchachos y otros se rieron de los jóvenes diciendo que a lo mejor andaban con sus tragos y que todo era producto de su imaginación.
-Oíme Rolando, ¿vos crees esa increíble historia de las monjas que desaparecieron misteriosamente al llegar al puente El Comandante?
-Mmm... esa papada está un poco rara y confusa. Vos sabés que por estos lados abundan los sacerdotes, pero son raras y contadas las monjas que vienen a estos pueblos de la costa.
-¿Oíste lo que dijeron, verdad?
-¿Qué dijeron?
-Que antes de llegar al puente el busito donde viajaban las monjas se había echo humo, pero es imposible que desaparezcan así nomás, ahí es parejo, además, es imposible que hayan caído en el río. ¿Y vos conocés a los que viajaban detrás de ese busito?
-Conozco al más viejo de ellos. ¿Por qué no vamos a preguntarle qué fue lo que sucedió? Vamos para que te des cuenta de la verdad.
Con la inquietud de saber más sobre las monjas, los dos amigos se trasladaron donde vivía uno de los testigos del extraño suceso.
El hombre los recibió amablemente y les contó lo sucedido.
-Lo que les he contado no es un invento ni producto de la imaginación, además, ninguno de los que viajábamos esa noche bebemos licor, mi amigo. El que manejaba el carro iba a una velocidad moderada, le dijimos que acelerara parapasarle al busito, fue entonces que vimos a las monjas. Nos quedamos petrificados porque al acelerar al pasarle al carro de las monjas no supimos qué rumbo tomó, en otras palabras, desapareció ante nuestros ojos.
Los amigos guardaron silencio, conocían bien la carretera y era imposible que el carro de las monjas tomara un atajo y se desviara.
-Es la verdad muchacho, la única verdad.
Con el correr de los días sucedió algo que cambió las cosas. Una muchacha prima hermana del joven llamado Rolando le contó alarmada que lo de las monjas no era un cuento de camino real como se decía, sino que una siniestra realidad. Agregó que ella viajaba en compañía de sus familiares por la carretera en horas de la noche y al llegar cerca del puente El Comandante miraron un busito.
Al principio no les llamó la atención hasta que con las luces del carro se dieron cuenta de que en la parte trasera viajaban una monjas; al tratar de rebasar el bus, éste desapareció misteriosamente.
Pasó el tiempo y poco a poco se fue olvidando el asunto de las monjas. En cierta ocasión Rolando Sarmiento y sus amigos decidieron viajar al puerto de Tela a darse un chapuzón en el mar, disfrutarían de un fin de semana comiendo pescado frito y caminando por las playas.
-Oíme Rolando, ya se está haciendo de noche.
-Hombre, por la noche se pone mejor la temperatura, así viajaremos con más tranquilidad.
-Es verdad muchachos, móntense en el carro que nos vamos.
Salieron muy contentos del puerto de Tela rumbo a la ciudad de El Progreso, iban cantando alegremente, eran aproximadamente las diez de la noche. Disfrutando iban en aquella hermosa noche de luna cuando al aproximarse al puente El Comandante vieron que delante de ellos viajaba un busito, con las luces alumbraron a los pasajeros y viajaban atrás y se dieron cuenta de que eran unas monjas.
-Dios mío, ¡son las monjas!
Rolando aceleró para pasarle al busito, una nube de polvo se levantó de pronto, pero él no era de los hombres que se detenían ante nada y aceleró más su vehículo hasta que logró ver el carro de las monjas. Vio que el atuendo de las religiosas era desconocido en aquellos lugares.
-Que nadie mire hacia atrás, dijo Rolando, les estamos pasando.
Pero como la curiosidad es traicionera, cuatro de los seis muchachos que viajaban con Rolando no hicieron caso a la advertencia y vieron hacia atrás.
-Dios Mío, no puede ser… acelera Rolando y no te detengas.
-Dale Rolando, sácanos de este infierno.
-Les advertí que no voltearan, dijo Rolando, ya salimos de aquí….
Cuando llegaron a El Progreso los cuatro jóvenes iban mudos temblando de pies a cabeza, tuvieron que sacarlos del vehículo con la ayuda de sus familiares y esta vez los progreseños se dieron cuenta de la realidad. Sí existía un carro fantasma que transportaba a unas monjas.
Días después, cuando les pasó el susto, los testigos oculares de aquel suceso extraño manifestaron que cuando vieron hacia atrás las luces interiores del busito se encendieron y unos esqueletos humanos iban sentados.
¿Quiénes eran aquellas monjas? ¿Qué fue lo que les sucedió? Nadie lo sabe.
Las mujeres del Río de Piedra
Estaba recién inaugurado el colegio José Trinidad Reyes y en su alrededor apenas existían casas, la tendencia era construir muy arriba del estadio Nacional. Una honorable familia se fue a vivir a una hermosa casa que tenía bellos jardines, amplio patio y un muro de ladrillos. Doña Teresa vivía con su esposo, sus dos hijos varones y una hermana, todos se llevan en armonía.
Una tarde la hermana de doña Teresa, de nombre Azucena, estaba frente al tocador cuando vio en el espejo a una mujer que estaba detrás de ella.
Era desconocida, dio la vuelta para preguntarle qué hacía en su habitación y la mujer ya no estaba.
Visiblemente nerviosa se fue a la cocina y le contó a su hermana lo que había sucedido.
¡Ay! Azucena estas viendo visiones, aquí no hay nadie, solo estamos vos y yo, las puertas y portones están cerrados, no te dejes llevar por la imaginación. Azucena la miró desconcertada y apenas murmuró, te aseguro que esa mujer estaba en mi habitación.
Pasaron los días, los hermanos Danilo y Osman estaban estudiando en la sala, debido a los próximos exámenes decidieron estudiar hasta las tres de la mañana. Osman se levantó de su asiento y preguntó a su hermano, queres algo, voy para la cocina, Danilo estirándose como gato en su silla, bueno, traeme un poco de leche.
Osman entró en la cocina, abrió el refrigerador y cuando iba a servir la leche en un vaso vio a una mujer frente a él.
Disculpe señora, no me dijo mi mamá que usted estaba aquí, qué busca. La mujer se encogió de hombros, salió de la cocina y se fue hacia la habitación de Azucena.
Danilo no le dio importancia a la presencia de la mujer ya que en otras ocasiones su mamá había invitado a ciertas amigas sin decirle nada a sus hijos, por la mañana cuando todos desayunaban el joven comentó, mamá, esa señora que usted invitó, que estaba anoche en la cocina, no me contestó cuando le hablé, solo la vi que se fue para la habitación de mi tía Azucena; doña Teresa y su hermana palidecieron, ¿cómo era esa mujer hijo? yo no he invitado a nadie a la casa.
Todos se quedaron viendo con sorpresa, la tía rompió el silencio. Debe ser la misma mujer que vi en el espejo y que vos dijiste que era mi imaginación, aquí está pasando algo muy extraño.
Don Elías, el jefe de la familia les dijo: No se preocupen a veces hay visiones múltiples, o sea que varias personas pueden ver algo en común, no vayan a crear fantasmas donde no hay.
Pero a él también le esperaba una sorpresa.
Una noche, mientras estaba en su estudio revisando facturas y haciendo cuentas de sus negocios, ante sus ojos, un vaso que tenía agua se movió, se frotó los ojos y puso el vaso en su lugar y de nuevo lo movieron, instintivamente se puso de pie, miró hacia todos lados, luego se fue a su habitación y sin comentar lo sucedido con su esposa se acostó.
Al siguiente día, doña Teresa encendió la radio para escuchar las noticias, los varones se habían ido, solo quedaban ella y su hermana.
Mientras sacaba unas verduras del refrigerador miró hacia el patio a través de la ventana y vio a una mujer sentada en una silla de metal de las que formaban un juego de muebles colocado en el jardín, inmediatamente abrió la puerta para averiguar quién era aquella mujer, se fue directo al lugar y la señora ya no estaba ahí.
La asustada ama de casa sintió que las piernas le temblaban, a duras penas llegó a la cocina y gritó, Azucena, Azucena, ¡vení a la cocina Azucena!
Cuando todos se reunieron a la hora de la cena, doña Teresa dijo antes de comer, quiero decirles que tengo la plena seguridad en lo que les voy a decir... en esta casa está saliendo una muerta, desde ese momento don Elías decidió investigar. Una vecina le contó que en el terreno donde habían construido la casa habían asesinado a una mujer, le dio los pormenores del suceso y hasta el nombre de la difunta.'
Cuando el señor contó a su familia aquella historia, llamaron a una señora del barrio Medina que era experta en cosas de ocultismo para ver si podía encontrarle solución a lo de las apariciones.
Acompañada de dos hombres que llevaban agua bendita y candelas, la experta dibujó un círculo en el lugar donde supuestamente habían asesinado a la mujer, dijeron unas oraciones extrañas mientras todos estaban de rodillas, eran las once y media de la noche.
Todos escucharon que en la cocina le dieron vuelta a los platos, ollas y sartén, luego el grito aterrador de una mujer, una brillante luz salió de en medio del círculo y desapareció en cuestión de segundos.
La experta estaba bañada en sudor, sus asistentes la colocaron en una silla. Ese espíritu nunca más volverá a molestar en esta casa, dijo, se ha ido para siempre. Esto ocurrió en los años cincuenta en Río de Piedras
Una tarde la hermana de doña Teresa, de nombre Azucena, estaba frente al tocador cuando vio en el espejo a una mujer que estaba detrás de ella.
Era desconocida, dio la vuelta para preguntarle qué hacía en su habitación y la mujer ya no estaba.
Visiblemente nerviosa se fue a la cocina y le contó a su hermana lo que había sucedido.
¡Ay! Azucena estas viendo visiones, aquí no hay nadie, solo estamos vos y yo, las puertas y portones están cerrados, no te dejes llevar por la imaginación. Azucena la miró desconcertada y apenas murmuró, te aseguro que esa mujer estaba en mi habitación.
Pasaron los días, los hermanos Danilo y Osman estaban estudiando en la sala, debido a los próximos exámenes decidieron estudiar hasta las tres de la mañana. Osman se levantó de su asiento y preguntó a su hermano, queres algo, voy para la cocina, Danilo estirándose como gato en su silla, bueno, traeme un poco de leche.
Osman entró en la cocina, abrió el refrigerador y cuando iba a servir la leche en un vaso vio a una mujer frente a él.
Disculpe señora, no me dijo mi mamá que usted estaba aquí, qué busca. La mujer se encogió de hombros, salió de la cocina y se fue hacia la habitación de Azucena.
Danilo no le dio importancia a la presencia de la mujer ya que en otras ocasiones su mamá había invitado a ciertas amigas sin decirle nada a sus hijos, por la mañana cuando todos desayunaban el joven comentó, mamá, esa señora que usted invitó, que estaba anoche en la cocina, no me contestó cuando le hablé, solo la vi que se fue para la habitación de mi tía Azucena; doña Teresa y su hermana palidecieron, ¿cómo era esa mujer hijo? yo no he invitado a nadie a la casa.
Todos se quedaron viendo con sorpresa, la tía rompió el silencio. Debe ser la misma mujer que vi en el espejo y que vos dijiste que era mi imaginación, aquí está pasando algo muy extraño.
Don Elías, el jefe de la familia les dijo: No se preocupen a veces hay visiones múltiples, o sea que varias personas pueden ver algo en común, no vayan a crear fantasmas donde no hay.
Pero a él también le esperaba una sorpresa.
Una noche, mientras estaba en su estudio revisando facturas y haciendo cuentas de sus negocios, ante sus ojos, un vaso que tenía agua se movió, se frotó los ojos y puso el vaso en su lugar y de nuevo lo movieron, instintivamente se puso de pie, miró hacia todos lados, luego se fue a su habitación y sin comentar lo sucedido con su esposa se acostó.
Al siguiente día, doña Teresa encendió la radio para escuchar las noticias, los varones se habían ido, solo quedaban ella y su hermana.
Mientras sacaba unas verduras del refrigerador miró hacia el patio a través de la ventana y vio a una mujer sentada en una silla de metal de las que formaban un juego de muebles colocado en el jardín, inmediatamente abrió la puerta para averiguar quién era aquella mujer, se fue directo al lugar y la señora ya no estaba ahí.
La asustada ama de casa sintió que las piernas le temblaban, a duras penas llegó a la cocina y gritó, Azucena, Azucena, ¡vení a la cocina Azucena!
Cuando todos se reunieron a la hora de la cena, doña Teresa dijo antes de comer, quiero decirles que tengo la plena seguridad en lo que les voy a decir... en esta casa está saliendo una muerta, desde ese momento don Elías decidió investigar. Una vecina le contó que en el terreno donde habían construido la casa habían asesinado a una mujer, le dio los pormenores del suceso y hasta el nombre de la difunta.'
Cuando el señor contó a su familia aquella historia, llamaron a una señora del barrio Medina que era experta en cosas de ocultismo para ver si podía encontrarle solución a lo de las apariciones.
Acompañada de dos hombres que llevaban agua bendita y candelas, la experta dibujó un círculo en el lugar donde supuestamente habían asesinado a la mujer, dijeron unas oraciones extrañas mientras todos estaban de rodillas, eran las once y media de la noche.
Todos escucharon que en la cocina le dieron vuelta a los platos, ollas y sartén, luego el grito aterrador de una mujer, una brillante luz salió de en medio del círculo y desapareció en cuestión de segundos.
La experta estaba bañada en sudor, sus asistentes la colocaron en una silla. Ese espíritu nunca más volverá a molestar en esta casa, dijo, se ha ido para siempre. Esto ocurrió en los años cincuenta en Río de Piedras
La Puerta Del Diablo
Se cuenta que de diferentes lugares del país llegaban caravanas de personas a consultar a los brujos y hechiceros que vivían al pie de un cerro de piedra. Era costumbre de muchos hombres adinerados y de remate feos, buscar brujos para hechizar a mujeres bonitas, en otras palabras se las conseguían a puro hechizo.
Cuentan los viejos pobladores de esa zona que en la ciudad de Comayagua vivía una mujer de unos treinta y cinco años de edad que se había mantenido soltera, a pesar de su belleza y de sus incontables admiradores ella estaba más entregada a las cosas de Dios que a las del mundo.
Asistía a las misas que se oficiaban en la catedral, los encargados eran sacerdotes de nacionalidad española que habían fundado una gran cantidad de capillas en la antañona ciudad.
Todos los vecinos de la localidad respetaban a Esperanza, nombre de la muchacha bonita. Sabían de su espiritualidad y de su entrega absoluta a las cosas del omnipotente, nadie se atrevía a lanzarle un piropo y mucho menos a acosarla.
Un día se presentó a la misa de las seis de la mañana un hombre rico llamado Santos, siempre caminaba rodeado de hombres mal encarados que lo cuidaban y había ido a la iglesia solo por conocer a Esperanza de la que tanto había oído hablar. Quedó deslumbrado con la belleza de aquella alma buena, al salir de la catedral se apresuró a saludarla, ella correspondió con una agradable sonrisa.
Tiene que ser mía, dijo para sus adentros. No he visto una mujer más linda que ésta en toda mi vida. Al siguiente día tocaron a la puerta de la casa de Esperanza tres hombres llevaban enormes ramos de flores que depositaron en la sala luego se retiraron con el mayor respeto, no le dijeron quién le mandaba aquellas hermosas flores.
Durante varias semanas, Esperanza recibía regalos, flores y cartas de amor, estaba intrigada pues no sabía quién era el remitente hasta que una mañana supo quien era.
Al salir de la misa don Santos se le acercó y le dijo. Espero que le gusten las flores. Ella con su amable sonrisa respondió, ha sido usted muy amable, pero ya no gaste su dinero, yo le pertenezco a otra persona.
El viejo abandonó la catedral hecho una furia y recordó que en la Libertad tenía dos amigos brujos a los que pasándoles una buena cantidad de dinero pondrían a sus pies a la muchacha. Ese mismo día viajó con sus hombres de confianza al cerro de piedra, fue recibido con alegría por parte de los brujos, el explicó el problema y pidió que Esperanza se convirtiera en su mujer.
Después de escucharlo uno de ellos le preguntó. ¿Serías capaz de abrirle la puerta al diablo? Con tal de conseguirme esa mujer hago lo que sea. Muy bien dijo el brujo, vas a conseguir lo que estás pidiendo.
El hombre estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible por la mujer, fue así que subió al cerro y se dio cuenta que ahí había un gran hueco, hizo la invocación y en ese momento el cerro tembló y el innombrable le apareció a don Santos. Nadie sabe que le dijo el diablo, al bajar su rostro había cambiado, estaba más feo y olía a azufre, todos hasta los mismo brujos se estremecieron.
Entretanto, Esperanza sintió intranquilidad, había en el ambiente algo sobrenatural se puso de rodillas en su cuarto y comenzó a orar con fuerza, Dios mío manda tus ángeles guardianes, protégeme del maligno y de sus demonios, en el nombre de tu hijo Cristo Jesús te pido de corazón que me protejas.
A las doce de la noche se escuchó el galope de varios caballos sobre la empedrada calle de Comayagua, don Santos y sus secuaces se pararon frente a la casa de Esperanza e inesperadamente comenzó a caerles fuego desde el cielo, extrañamente los caballos relinchaban y emprendieron la huida hacia la Libertad.
Cuentan que una fuerza extraña metió a don Santos y a sus acompañantes al hueco del cerro de piedra en la Libertad. Los vecinos colocaron ahí una cruz para que el diablo nunca más saliera por ese lugar.
Los brujos salieron huyendo despavoridos abandonando para siempre el lugar, Esperanza fue informada de lo que había sucedido y comentó con valor.
Yo me he entregado a Dios... y el diablo huye de los hijos de Dios. A la Libertad solo le quedó la fama de haber sido centro de brujos en tiempos pasados hoy, la gente se dedica al trabajo honesto y a las cosas del Dios verdadero
Cuentan los viejos pobladores de esa zona que en la ciudad de Comayagua vivía una mujer de unos treinta y cinco años de edad que se había mantenido soltera, a pesar de su belleza y de sus incontables admiradores ella estaba más entregada a las cosas de Dios que a las del mundo.
Asistía a las misas que se oficiaban en la catedral, los encargados eran sacerdotes de nacionalidad española que habían fundado una gran cantidad de capillas en la antañona ciudad.
Todos los vecinos de la localidad respetaban a Esperanza, nombre de la muchacha bonita. Sabían de su espiritualidad y de su entrega absoluta a las cosas del omnipotente, nadie se atrevía a lanzarle un piropo y mucho menos a acosarla.
Un día se presentó a la misa de las seis de la mañana un hombre rico llamado Santos, siempre caminaba rodeado de hombres mal encarados que lo cuidaban y había ido a la iglesia solo por conocer a Esperanza de la que tanto había oído hablar. Quedó deslumbrado con la belleza de aquella alma buena, al salir de la catedral se apresuró a saludarla, ella correspondió con una agradable sonrisa.
Tiene que ser mía, dijo para sus adentros. No he visto una mujer más linda que ésta en toda mi vida. Al siguiente día tocaron a la puerta de la casa de Esperanza tres hombres llevaban enormes ramos de flores que depositaron en la sala luego se retiraron con el mayor respeto, no le dijeron quién le mandaba aquellas hermosas flores.
Durante varias semanas, Esperanza recibía regalos, flores y cartas de amor, estaba intrigada pues no sabía quién era el remitente hasta que una mañana supo quien era.
Al salir de la misa don Santos se le acercó y le dijo. Espero que le gusten las flores. Ella con su amable sonrisa respondió, ha sido usted muy amable, pero ya no gaste su dinero, yo le pertenezco a otra persona.
El viejo abandonó la catedral hecho una furia y recordó que en la Libertad tenía dos amigos brujos a los que pasándoles una buena cantidad de dinero pondrían a sus pies a la muchacha. Ese mismo día viajó con sus hombres de confianza al cerro de piedra, fue recibido con alegría por parte de los brujos, el explicó el problema y pidió que Esperanza se convirtiera en su mujer.
Después de escucharlo uno de ellos le preguntó. ¿Serías capaz de abrirle la puerta al diablo? Con tal de conseguirme esa mujer hago lo que sea. Muy bien dijo el brujo, vas a conseguir lo que estás pidiendo.
El hombre estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible por la mujer, fue así que subió al cerro y se dio cuenta que ahí había un gran hueco, hizo la invocación y en ese momento el cerro tembló y el innombrable le apareció a don Santos. Nadie sabe que le dijo el diablo, al bajar su rostro había cambiado, estaba más feo y olía a azufre, todos hasta los mismo brujos se estremecieron.
Entretanto, Esperanza sintió intranquilidad, había en el ambiente algo sobrenatural se puso de rodillas en su cuarto y comenzó a orar con fuerza, Dios mío manda tus ángeles guardianes, protégeme del maligno y de sus demonios, en el nombre de tu hijo Cristo Jesús te pido de corazón que me protejas.
A las doce de la noche se escuchó el galope de varios caballos sobre la empedrada calle de Comayagua, don Santos y sus secuaces se pararon frente a la casa de Esperanza e inesperadamente comenzó a caerles fuego desde el cielo, extrañamente los caballos relinchaban y emprendieron la huida hacia la Libertad.
Cuentan que una fuerza extraña metió a don Santos y a sus acompañantes al hueco del cerro de piedra en la Libertad. Los vecinos colocaron ahí una cruz para que el diablo nunca más saliera por ese lugar.
Los brujos salieron huyendo despavoridos abandonando para siempre el lugar, Esperanza fue informada de lo que había sucedido y comentó con valor.
Yo me he entregado a Dios... y el diablo huye de los hijos de Dios. A la Libertad solo le quedó la fama de haber sido centro de brujos en tiempos pasados hoy, la gente se dedica al trabajo honesto y a las cosas del Dios verdadero
El Sacerdote
Hace muchos años vivió en Tegucigalpa un sacerdote cuyo nombre no mencionaremos, pero sí diremos que gozaba del aprecio de los feligreses de la santa iglesia catedral.
Cada vez que el sacerdote celebraba la misa dominical no cabía ni una aguja en la iglesia, llamaba la atención sus vibrantes sermones y tenía una facilidad especial para hablar de la palabra de Dios.
Muchas personas lo visitaban para recibir un sabio consejo, para que fuera a bendecir casas, para realizar ceremonias especiales en las Fuerzas Armadas o el Gobierno, o sea que aquel noble sacerdote era considerado por todos como un santo.
En aquellos días, los sacerdotes igual que los médicos, visitaban con frecuencia a las personas que asistían al consultorio o a la iglesia llevando un mensaje de salud y de esperanza. Un día el sacerdote llegó de visita a una humilde casa del barrio Abajo, una señora de nombre Felipa agonizaba, había pedido a sus hijos que llamaran al padre para que le suministrara los santos óleos, sentía que la vida se le escapaba y quería morir tranquila en los brazos de Dios.
Cuando el sacerdote hizo acto de presencia se detuvo en la puerta y exclamó: “Aquí hay vibraciones de la oscuridad”; fue llevado al lecho de la enferma, quien al verlo agachó la cabeza avergonzada, “¿porqué has hecho esas cosas terribles hija mía? ¿verdad que siempre te estás muriendo y no te mueres?”, la mujer levantó la cabeza y dijo: “Padre, he pecado grandemente ante los ojos de Dios, durante algún tiempo me dediqué a cosas ocultas y hoy que deseo morir bien no puedo, sin que mis hijos lo sepan siento que los demonios me atormentan día tras día, por eso lo mandé a llamar, quizás por su medio recibo el perdón del Todopoderoso”.
El sacerdote sacó un pequeño bote que contenía agua bendita y una pequeña estola que colocó sobre el cuerpo de la enferma, hizo la señal de la cruz y en ese momento la casa se estremeció, cuentan que los hijos de la mujer salieron de allí corriendo despavoridos. Después de la bendición la mujer pidió perdón, envejeció de pronto varios años y luego entregó su alma al Creador. El sacerdote hizo de nuevo la señal de la cruz sobre el cadáver de la mujer, se levantó lentamente y abandonó el lugar. Aquel suceso fue comentado entre los capitalinos, los mismos hijos de la difunta contaron lo sucedido.
Con el tiempo el noble sacerdote recibió el título eclesiástico de Monseñor y todos celebraron con gran alegría el nombramiento de aquel hombre de Dios.
Un día, mientras daba el sermón dominical de la mañana interrumpió su prédica debido a una repentina tos, logró disimular el deseo terrible de toser finalizando el sermón para felicidad de quienes llegaban a escucharlo.
Su estado de salud comenzó a empeorar y los demás sacerdotes lo llevaron a un centro médico donde fue atendido con cariño y respeto.
Una mañana la gente escuchó que las campanas de la iglesia repicaban dobles, los vecinos más cercanos acudieron a la parroquia donde se enteraron que el noble sacerdote había fallecido. El sepelio fue uno de los más grandes que se recuerdan, la Banda de los Supremos Poderes ejecutó las marchas fúnebres que acompañaron el féretro hasta el cementerio general, aún existen personas que recuerdan aquel sepelio.
Pasaron los años y en la capital se instaló el primer servicio de taxis que operaba en el parque central, frente a la estatua del general Francisco Morazán. Una joven vestida de blanco fue donde uno de los motoristas y le dijo que lo necesitaban para un viaje corto, ella se subió al taxi para llevarlo donde la persona que requería los servicios. Un señor de tez blanca se subió al automóvil, la joven se quedó en la casa y agitaba su mano despidiéndose.
-¿Dónde lo llevo señor?, preguntó el motorista. -Lléveme a la iglesia de Suyapa por favor; -con mucho gusto-, expresó el chofer y dirigió su auto hacia la aldea de Suyapa, pasaron por el hospital San Felipe tomando el rumbo de aquella carretera de tierra que conducía a Suyapa.
Antes de llegar donde la patrona de los hondureños, en aquella vieja carretera había un puente que era famoso por haber ocurrido ahí el primer accidente automovilístico de Tegucigalpa, fue un carro de una panadería que había volcado en ese lugar. Del accidente iba hablando el motorista con su pasajero cuando de pronto sintió un suave aroma a rosas y claveles y al voltear a ver a su pasajero, éste había desaparecido.
Como loco dio la vuelta y regresó a Tegucigalpa visiblemente nervioso, había recordado el rostro de la persona que llevaba a la aldea, era el finado Monseñor.
Cuentan que el perfume de rosas y claveles se sintió por algún tiempo en el interior de aquel carro que fue uno de los primeros taxis de la ciudad capital
lunes, 15 de mayo de 2017
El duende verde
un hombrecito, orejón y barrigón que lleva la cabeza siempre cubierta por un gran sombrero aludo mucho más grande que él . Tenia su residencia en una cueva en las profundidades de una enorme roca en una de las lomas del cerro Capiro, en las orillas de Trujillo. Por eso los trujillanos, con razón, han bautizado aquel peñasco como La Piedra del Duende. Unos compañeros de escuela atestiguaban su existencia y temerosos del que se suponía un ser infernal, se mantenian alejados de los árboles de nance cercanos a la roca, de lo que para nosotros los adolescentes, era una fruta codiciada: los nances. Lo extraño es que a pesar de que corrían de boca en boca, tantos rumores de las apariciones del duende aquel, entre estos no había tan solo uno que dijera que el gnomo le había causado daño a nadie. La gente decía que era porque aquel era un gnomo bueno; si hubiera sido de los malos, decían los trujillanos, se habrían dado cuenta hace mucho tiempo porque, simplemente, tuvieran que haber sufrido la desaparición misteriosa de algunos de sus niños. Los duendes y los gitanos, según la leyenda, tienen predilección por los niños. Recuerdo las muchas veces que mi madre usando el pretexto del duende, logró hacernos desistir, a mi hermano y a mi, de que nos fuéramos a vagar a buscar nances a los potreros de la Piedra del Duende. Temerosos de ser secuestrados por vagos y desobedientes, por este, nos autoconfinabamos a las inmediaciones de nuestro hogar en donde le gustaba a mi preocupada madre tenernos. Con la imagen del duende en mi mente, le había cogido terror a Paco, un enano que vivía en el barrio de Rio Negro. Cuando iba a ese barrio a visitar a mi tía Aurora, solía deslizarme a la casa vecina de Manuel Zepeda, a deleitarme con los ensayos de la marimba titulada Azul y Blanco, de la que era aquel su dueño y director. Completamente absorto en la actividad de los músicos ejecutando sus instrumentos, no me daba cuenta cuando Paco, que aparecía de a saber donde, conciente de que me mantenia aterrorizado, se venia por detrás de mi y acompañando con un estridente ruido que hacia al tronar la lengua con el cielo de la boca, me daba con los dedos indices, un hurgón simultáneo en los costados. Aquello bastaba para que saliera yo en desbandada, llevandome de encuentro todo lo que habia por delante. Estando tan joven, no estaba seguro de si era odio o temor, o ambos lo que le tenia a aquel infeliz enano; el caso es que lo detestaba porque veía en él un duende malo; asociaba yo a Paco con y muchas veces sospeché que era él, el duende de la piedra. En aquellos días de mi niñez inquieta, lejos estaba yo de sospechar que muy luego me tocaría mi turno de encontrarme con el famoso duende de la piedra. Aquel día un grupo de compañeros, desafiantes habíamos decidido ir a recoger nances a la salida de la escuela, en los terrenos de la Piedra del Duende. Por una extraña coincidencia, era en esa zona en donde estaban los árboles de los nances más grandes y más dulces. Sacandolos del bolsón con que acostumbrábamos asistir a clases, nos metíamos los cuadernos y los libros entre la faja del pantalón y la barriga, para así poder usar los bolsones para los nances que eran el objetivo de nuestras travesuras. Siendo la hora como las cuatro de la tarde, estaba en su comienzo el acostumbrado coqueteo vespertino de los colores del crepúsculo tropical, con las ramas de los árboles que anticipando el misterio de la oscuridad que se aproxima- ba, parecian adelantarse a tomar formas caprichosas. Con la noche avanzando a pasos agigantados, teníamos que apurarnos para que no nos fuera esta a sorprender, y para evitar tener que contrastar con las horas del duende. Según los rumores, las horas preferidas de este eran la caída de la tarde, al anochecer. Estaba en medio de lo que, para nosotros los muchachos, era parte de la rutina nancera, que consistía en encaramarnos a los árboles para sacudir las ramas, cuando de repente desgarró el tímpano de mis oídos, un silbido espantoso. Un aterrador silbido que no podía proceder de ningún otro lugar más que de los labios del infernal duende. Se decía que los inconfundibles sonidos del duende eran su estruendoso silbido, acom pañado del monótono diptongo que los campesinos usan para arrear ganado. Desde la ventajosa posición que me ofrecía la altura de la rama en que me encontraba, podía mi vista abarcar más espacio que mis compañeros que estaban abajo recogiendo los nances. Recuerdo que al segundo silbido, volví mis aterrados ojos hacia la dirección desde donde este procedía, y fue entonces cuando lo vi. ¡Allí estaba! ¡Alli estaba el mismito duende! Venia trepando la loma dirigiendose a donde estábamos nosotros. Lo primero y lo último que le vi, fue el gran sombrero. Sin darme cuenta, me aventé de la rama aquella y hasta el día de hoy no me he podido explicar, como fue que no me reventé la vida. Emprendí una carrera desesperada dejando a mis compañeros atrás. Al oirme gritar: ¡el duende!, todos se espantaron y comenzaron a seguirme en mi desenfrenada carrera. Recuerdo que en el camino quedaba una cerca de alambre de peligrosas púas, que hasta el día de hoy, no me puedo imaginar ni como ni cuando la crucé. Fue aquella la última vez que fui a buscar nances a los terrenos de La Piedra del Duende. Jamás volví por aquellos lados. Para mi los nances de aquel maldito lugar habian quedado vedados de por vida.
La sucia
Dicen que cierta noche un joven de un pueblo de Santa Bárbara salió de su casa a visitar una muchacha que le gustaba, la verdad es que él estaba muy enamorado. Se quedó con la muchacha hasta pasadas de las 9:00 pm. Cuando regresaba a su casa, al cruzar por una quebrada (riachuelo) vio a una joven lavando su ropa por lo que debido a que era de noche y que no había nadie más alrededor trató de seducirla sin que la muchacha le correspondiera y manteniéndolo ignorado sin darle la cara.
Él, abusivo y al sentir el desprecio de la joven, trató de abusar de ella, sujetándola con fuerza y trató de apartar la enorme cabellera que le cubría el rostro de la mujer sin resultado alguno. La mujer se soltó de él y apenas alcanzó a escuchar un ligero sollozo de ésta, pero el hombre no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de seducirla.Se disculpó por el forcejeo y le dijo que lo único que quería era un beso por lo que la mujer asintió con la cabeza y él se acercó a ella, apartando su pelo para dejar al descubierto su rostro y poderlo besar. Haciendo esto se escuchó el mayor alarido que garganta humana puede escuchar y el hombre salió corriendo volviéndose loco en el acto, y lo único que exclamaba era que había visto una mujer con cara de monstruo y con un aliento pestilente. Hoy en día se dice que esta mujer se le aparece a los hombres mujeriegos en sitios solitarios de su camino y es muy conocida como La sucia por su costumbre de aparecerse lavando ropa sucia.
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